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Por Juan Ignacio Blanco (Especial para revista Ring Side) - 

El cielo quería descargar su furia mientras las complementarias iban rodando a cielo abierto en el anfiteatro Griego Juan Pablo II de San Martín; pero debía ser cómplice, debía tener paciencia, debía esperar que ella luciera en su máximo esplendor.

Lagañoso, celoso y austero. El cielo gris, casi negro, le daba el paso. Yolis Marrugo (12-7-3, 5KO – 54,900 kilos), la esperaba para comenzar la contienda. Yésica Marcos (16-0-1, 5KO – 54,700 kilos), en tanto, se abría paso entre la multitud sintiendo el calor de las 25 mil almas que se dieron cita para ver como la Princesita Cuyana, como le decía Osvaldo Príncipi, se levantaba del duro cachetazo sufrido unos meses antes al perder un embarazo no gestado.

El Bombón estaba rozagante y destilaba confianza. Sabía que el trabajo realizado en la previa junto a los seleccionados nacionales y la campeona Yésica Bopp, le daba el respaldo necesario para encarar esta nueva prueba deportiva. Sabía que no debía desentonar y que debía estar acorde, una vez más, al imponente marco de público que la alentó sin parar desde muy temprano.

Estaba arriba del ring. Una tenía la necesidad de saber que no todo estaba perdido y que mediante el boxeo podía encontrar la paz interior que necesitaba. La otra, en cambio, llegó para dar el batacazo.

Las acciones comenzaron justo en el momento en que el cielo se dio un respiro. La colombiana proponía pelea y la mendocina esperaba poder encontrar la distancia para las descargas. Los dos primeros fueron algo así como rounds de estudio donde las diferencias fueron ínfimas.

Tras la segunda campana, Yésica caminó hacia el rincón. El anfiteatro estaba expectante. Ella escuchó como nunca al Gordo Martín Díaz, y salió con nervios de acero, y sin tener presión alguna del público, a combatir la tercera manga.

Las diferencias comenzaron a aparecer. Marcos asfixió a Marrugo y con potentes ganchos a la zona blanda hizo el desgaste de su rival.

Así fueron pasando los asaltos posteriores hasta llegar al final del sexto. La de Cartagena, a paso lento y desgastado, llegó al rincón y pidió el no va más. Sus segundos, en un acto de desconsideración total, la mandaron a seguir con una lucha que ya no tenía equivalencia alguna.

Yésica saboreaba la victoria, pero así y todo era meticulosa; no se salía del libreto. Asfixiaba a Marrugo contra las cuerdas y le repartía el castigo como nunca antes lo había hecho con un rival.

El rigor de los puños de la sanmartiniana era punzante, y de eso puede dar fe la morena boxeadora colombiana que alguna vez venció y le arrebató el título mundial superpluma WIBA a Patricia Quirico.

Marrugo se plantó en el rincón. No quería salir a la octava vuelta. Estaba exhausta. Del otro lado Yésica la miraba firme, la esperaba. Y esa espera se hizo eterna porque su rival no salió y recibió la cuenta del nicaragüense Enrique Portocarrero, de excelente desempeño.

El cielo esperó a que Yésica ganara por nocaut a los 10 segundos del octavo round… y fue en ese preciso momento, cuando el firmamento lloró, con cuantiosas gotas, la vuelta del Bombón Asesino a los cuadriláteros en lo que fue la primera defensa efectiva del interinato supergallo de la AMB.