El pibe estaba perdido, no se que me hizo pispiar eso. La mirada lo decía todo: se sentía desamparado, ahí en el ring, con un montón de gente gritando; la mayoría alentando al otro, un buen boxeador del Sur, de San Rafael o Alvear, fuerte, bien morfado. Todos querían que el gringuito sureño ganara rápido y si era por nocaut mejor.
Lo que más me dolió fue la falta de atención en el rincón, apenas otro compañero del gimnasio que sabía menos que él, o sea, muy poco. ¿Donde estaba el profe? ¿o algún amigo para alentarlo, bajarlo a la tierra? porque parecía estar en la luna el negrito, recibiendo una paliza.
El profe estaba con su pupilo favorito, planeando su pelea, la que venía a continuación, como de fondo para los aficionados.
Hasta yo mismo me sentí asombrado cuando grité, no se por qué, pero grité fuerte y oí como que era otro el que gritaba, y yo me escuchaba de cerca, pero afuera, no se, raro.
Todo yo me sentí raro, y aún no estaba en pedo, la botella estaba por la mitad, adentro del bolso y sin la tapita a rosca, que había perdido, seguro, en la pelea anterior de los “amater”.
- “¡Plantate firme pibe”, se escuchó, más fuerte en el estadio, a medio llenar de
Y al pibe le llamó la atención, hasta se dio vuelta para mirar quien había gritado, como un loco, como gritó mi mamá cuando el auto me atropelló, cuando era pendejo. Ese día también sentí eso de estar afuera. Mi vieja me hablaba y yo la escuchaba como lejos, ahí tirado en el barro, con miedo. “Negros de mierda” decía con asco pero despacito el que manejaba el Falcon nuevito, que no se bajó, se quedó adentro del auto y pedía que llamaran a la policía, que el no tenía culpa, que se yo…
Pero el flaquito me miró, claro, yo estaba parado en el cuarto escalón de la tribuna de madera que tenía antes el Pascual Pérez, no esas que pusieron después, con sillas de plástico pegadas. Ahora que ya no se hace casi boxeo en la calle Mitre. Aquello era una fiesta.
- “¡Plantate firme y sacá el yab (2)!”, le indiqué como si supiera mucho, como si de tanto ir a ver boxeo fuera profe. Pero iba mucho antes, cuando todos los viernes había peleas y nos arrimábamos con los locos del taller, todos pibes buenos y jodones.
No los vi más a los muchachos… a algunos me los cruzo y es como si no me conocieran. Soy el “Vieja”, les digo. “Qué hacé”, contestan, me dan la mano y se van rápido.
Y el guacho me hizo caso. Se dejó de estar colgado en las cuerdas ligando la biava y esperando que todo terminara, dándoles la razón a los boludos de su barrio que se le reían y le hacían burla.
La bronca que sentía cuando eso pasaba lo hizo ir al gimnasio a aprender, pero ahora eso estaba lejos, quería que todo terminara, ya no importaba que no lo respetaran, como siempre, quería bajarse del ring y dejar de ver como se reían de él.
Pero el viejo loco lo hizo como despertar. Se “plantó firme”. Pierna izquierda adelante, se perfiló como le enseñó el “maestro”, metió la pera casi pegada al hombro izquierdo y armó la guardia. El gringuito se vino, pero medio desconfiado.
- “¡Bien pibe!”, volví a gritar. Cuando se acercó el colorado a despacharlo, le metió el “yab”, y lo frenó en seco. Que cara linda puso el pibe, le salió el lión. Mordió el bucal y se le fue con los ojos llenos de lágrimas. Sola salió la derecha “en punta”. Ahora era el otro el que estaba contra las cuerdas. Como si fuera un baile salieron solitas las cosas.
Izquierda al pleso (3), percá (4) de derecha, y con la misma, el cros (5). “Bum-bum”, como en la tele.
- No sentí la campana, el árbitro Don Borgia me separó. “Estop pibe”, dijo, “ya sonó la campana”. Y me mandó al rincón. Allí el Choroto me miraba con los ojos como huevo frito, no hablaba, pero me echaba agua y me palmeaba. También me miraban los culiados del barrio, callados, y me palmeaban. Perdí por puntos, pero todos me miraban raro y movían la cabeza como diciendo “bien”.
Lo busqué al viejo para darle las gracias, el también me miraba, pero distinto, como diciendo “bien mijo”, pero no dijo nada, se quedó ahí. Me fui al camarín, y veía a algunos grandotes, que me junaban por entre los escalones de madera de la popu, con el pucho en la boca, y me decían bien pibe. Pensé en sentarme en el piso y llorar. Pero no, estaba tranquilo. Me iba a ir rápido a la casa, a ver si alcanzaba el 13 en la calle Godoy Cruz, el último, para no preocupar a la vieja. Se iba a poner tranquila cuando llegara. Le iba a gustar cuando le dijera que no iba a boxear más.
- Esa noche peleaba de fondo Pólvora Oviedo, y en el semi iba uno de Don Paco que no me acuerdo, eran todos buenos, como los del Mora o el Corrientes. Pero me fui a la casa. Me terminé el vinito. Esta vez lo sentí fresquito y rico.
Llegué y me acosté. ¡Un viernes y no era ni la una! Miré las fotos de mis pibes. Estaba ella también, contenta, no con esa cara fiera como cuando me echó. Con un ojo que le tiritaba y con la cara con un color como de vela, y los niños llorando atrás.
Están grandes ahora mis pibes. El mayor casado, con un nene. Me estaba durmiendo cuando pensé: “Mañana voy a ir a conocerlo”.
Notas:
(1) Federación Mendocina de Box, alguna vez Asociación, de allí la denominación popular.
(2) Jab.
(3) Plexo.
(4) Uppercut.
(5) Cross.